domingo, 22 de febrero de 2015

Que vienen los moros

Hoy me sentía con ganas de vicio masoquista, así que en vez de ir a ver 50 Sombras de Grey me puse a leer el ABC. Y nunca fallan en darme una pequeña úlcera de pura ira, lo cual es muy conveniente para inspirarme y coger ganas de escribir unas líneas en este blog que tenía tan abandonado.

Todos sabemos lo conveniente que es para los xenófobos (especialmente para los píos cristianos antimusulmanes roucobelievers) que exista el Estado Islámico. Da igual que éstos maten mayoritariamente a otros musulmanes, que sólo ven las agresiones a cristianos y a cómicos franceses y su libertad de expresión (la misma que criticaban el día anterior por blasfemia, deberían mirarse el Alzheimer). Se montan unas fantasías húmedas de invasiones demográficas (término contradictorio en cuanto a que una invasión es rápida y violenta por definición) y visiones de burkas por las calles que sólo sirven para mostrar su propia catetería. Los problemas de integración son un asunto grave en muchas zonas, pero tienen su raíz más en razones de clase y del propio racismo que destilan los rancios del ABC y de otros medios de comunicación que en un salvajismo inherente a la religión musulmana, que como cualquiera con dos dedos de frente sabe engloba a gente tan diversa como la cristiana.

A todo esto ya me tenían acostumbrados, pero hoy he leído algo que me ha demostrado la absoluta falta de compasión que tienen en esa redacción. Éste artículo titulado "El Estado Islámico amenaza con envíar 500.000 inmigrantes a Europa" muestra cómo se puede combinar hábilmente el rechazo al salvajismo del Estado Islámico con la entrada de inmigrantes (los que sobreviven) desde el norte de África. No dan puntada sin hilo en este diario, quedando así patente una vez más su doble moral: mientras la Iglesia lanza mensajes de acogida y amor en el suplemento católico Alfa y Omega a los inmigrantes que son su clientela en expansión (sobre todo comparada con la menguante religiosidad española), su muy católica dirección extiende la idea de que los moros que nos llegan exiliados de sus países en guerra son poco menos que una bomba de relojería programada por el Estado Islámico. No los presentan como musulmanes víctima del salvajismo de unos fanáticos, sino como meras "armas" a las que hay que temer. ¿La solución de los lectores? Deportarlos, por supuesto. A ver si se quedan allí (?) o cuando vuelvan a venir en patera se los lleva un ciclón al fondo del Mediterráneo. Un par de oraciones y a la cama.